jueves, 24 de diciembre de 2015

Lectura para entretener, relato navideño de terror.


Hola, seguimos armonizando la navidad con otro relato, pero de terror.


Este año, el abeto: natural.
De Ángeles Mora.

-Máma ¿puedo dormir contigo?
-¿Otra vez? ¡Luis Bermejo, ya eres mayor para estos numeritos!
-Pero...pero es que ha vuelto a venir a mi cuarto, mama.
-Ya hemos hablado de esto- contestó la madre bajando el el volumen de la voz para dejar dormir al padre que se había dado la vuelta en la cama con un bufido-. Vuelve a dormirte y olvida esas pesadillas absurdas.
Luis suspiro y regreso a su cama, Sabia que eso no funcionaria, llevaba intentándolo quince días y el resultado siempre había sido el mismo. Al principio su madre se levantaba para demostrarle que alli no habia nadie, despues trato de convencerle de que un niño de diez años debe diferenciar lo que es la realidad de lo que es una simple pesadilla y ahora se limitaba a regañarle y mandarle de nuevo a la cama.
Cuando entró en su cuarto, el enano no estaba, exactamente igual que todas las noches anteriores, pero Luis sabia que volveria, siempre lo hacía.
El niño había intentado mantenerse despierto pero el cansancio siempre ganaba y a las tres de la madrugada, con precisión matemática, le despertaba el sonido de aquellos pasos apresurados por su cuarto.
Durante las horas del día, su vida transcurría con la normalidad de siempre… Si no fuese por aquel árbol de navidad.
Su madre se había empeñado en que colocaran en el salón un abeto natural en vez de el de plástico de todos los años. A Luis no le gustaba, ni siquiera había querido colaborar en la tarea de adornarlo, le daba malas vibraciones. No sabía como explicarlo, pero estaba totalmente seguro de que no le gustaba nada de nada.
Recordaba claramente el día en que lo compraron. Sus padres entraron en la tienda que habían improvisado para la ocasión en el aparcamiento del centro comercial, tienda que debió ser todo un éxito de ventas, porque cuando volvieron dos días más tarde a comprar algunos adornos, el aparcamiento era solo eso, un aparcamiento.
Luis se quedó rezagado, mirando uno de esos hombres estatua que esperan con quietud pasmosa a que le den una moneda, y cuando entró en aquel bosque listo para ser vendido, su madre supervisaba los abetos que le señalaba una anciana mientras su padre no paraba de mirar su reloj con aire impaciente.
Aquella mujer le clavó sus diminutos ojos en cuanto se hubo colocado junto a su madre y le sonrió de tal manera que a Luis se le erizaron los pelos de la nuca.
La anciana parecía sacada del cuento infantil más tétrico y oscuro que se hubiera escrito nunca. Su piel estaba arrugada y con aspecto apergaminado, parecía que estuviera hecha con la misma corteza que recubría los árboles que intentaba vender y sus ojos, a pesar de ser muy pequeños, miraban de una manera tan profunda que parecía que tuvieran el poder de leer lo que pasara por la cabeza de cualquiera que se enfrentara a ellos.
Cuando oyó su voz, la sensación desagradable aumentó aún más. —¿Cómo no me había dicho que tenía un pequeño? Tendió su mano, igual de rugosa, hacia la cabeza del niño y Luis se apartó por puro instinto. Aquel sonido, demasiado parecido a un graznido para su gusto, volvió a dirigirse a su madre que le hacía gestos a su padre para que dejara en paz el reloj.
—Vengan conmigo, para un niño tan especial escogeremos un abeto igual de especial —y los llevó hasta el fondo de aquella carpa para situarlos frente a un abeto. A él le pareció exactamente igual que el resto, pero que a su madre le pareció la elección perfecta.
—Jovencito, este árbol encierra en su interior toda la magia del bosque donde ha crecido.
Y así se acabaron las noches tranquilas de aquel niño, porque a las tres de la madrugada, un enano de piel pegajosa y ojos verdes como iluminados desde dentro, salía del interior de aquel abeto y trepaba hasta su cama.
El hombrecillo extraño, no más grande que una rata, se sentaba sobre su pecho y clavándole la mirada que salía de aquellos ojos verdes, repetía sin cesar:
—Debes venir conmigo, ven conmigo, debes venir conmigo. Cuando Luis se levantaba para ir al cuarto de sus padres, el enano volvía a su árbol, pero siempre regresaba. Hasta que, después de dos semanas, el niño no pudo más. Asustado, cansado y desvalido, sucumbió a la eterna llamada de aquel ser
pegajoso.
—Has tardado más de lo que esperaba —le dijo la anciana cuando lo vio aparecer—. Ya puedes unirte a ellos. Tras la bruma de aquel bosque, Luis vio a un grupo de niños que, con el alma ensuciada de tierra oscura, trabajaba bajo la atenta e implacable vigilancia de aquella vieja desagradable que se convertía en urraca y les picoteaba como castigo… abonar, abonar y abonar… aquella sería toda su vida.
Esa mañana, cuando la madre de Luis entró a despertarle, sólo encontró un tronco de abeto debajo de las sábanas. Y el árbol de navidad, su precioso y natural árbol de navidad, se había secado de la noche a la mañana. Sus adornos brillantes colgaban de ramas completamente muertas.








Espero que este relato les llame la atención  y puedas añadir algún comentario.

También los invito a seguir mi blog
http://detodounpocomexpreso.blogspot.mx/



En el cual voy poniendo los libros, poemas y relatos que voy terminando de leer., así que hasta luego y gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario